miércoles, octubre 10, 2012

La virgen del rosario y yo...

Mi historia con la virgen del rosario se remonta a un pasado nebuloso en el que, niña todavía, me arrodillé por primera vez dentro de aquélla capilla situada en el monte, en medio de la nada, a unos kilómetros del río.  Sin saber bien lo que hacía leí la oración a la virgen, que siempre está ahí, disponible para los visitantes. La leí en silencio y lentamente, procurando comprender el sentido de cada palabra, de cada frase. Estoy segura que alguien que me acompañaba, no recuerdo quién, la leyó en voz alta. Resonó en mi corazón de niña, al igual que la imagen ante la que me arrodillaba, y bastó observar la fe de mi abuela Josefina en ella para que yo adoptara a la virgen como mía y a la capilla como el único templo en el que siento que descansa mi corazón. Dios sabrá por qué. Habrá quien no lo entienda, como dijo el padre Rogelio en la celebración de este primer domingo de octubre, pero no se trata de un lugar vacío. Por más solo que esté. Es un lugar que está lleno...de amor, dijo él. Y yo añadiría, de nostalgia, de recuerdos, de sueños, de ilusiones, de esperanzas, de sentimientos, de anhelos, de energía, de ALGO capaz de lograr que se me empañen los ojos y descargue mi alma en un torrente que termina convertido en un remanso. Algo así. Algo mágico e indescriptible. Hay por ahí, a unos pasos de la capilla, una pequeña acequia por la que corre agua transparente, casi como un manantial, quizá porque nadie pasa nunca por allí, y es un gozo sentarse a la orilla simplemente a escucharla correr. Es casi una lección filosófica. Arriba el cielo, tan azul. Y allá un par de casas de adobe, y el recuerdo de una viejecita con unas trenzas blancas, blancas. Aquí mi padre y sus manos y su sonrisa. Allá yo misma, pequeña, adolescente, mujer, proyectando la historia de mi vida entre las caprichosas sombras de los mezquites bajo el sol de mediodía. Así es siempre mi visita a Buenavista. Un acto silencioso, interior, espiritual, de completa introspección y comunión con algo que ni yo misma entiendo.    Excepto por esta vez. Esta vez acudí por primera ocasión a la fiesta del primer domingo de octubre, día en el que casualmente (o no tan casualmente) nació hace 5 años mi sobrino. Debo decir que me sorprendió ver tantísima gente, tantísimo movimiento, gente y carros por todas partes y de todas partes. Fui de noche y fui de día. Es completamente inusual, pero asistí a las dos misas, aunque no me quedé a la velación. Allá cerca de la acequia se veía, por cierto, una olla muy grande puesta al fuego poco antes de irnos, ya bien entrada la noche. Habría sido bueno quedarme y tal vez un día lo haga. Había un cielo magnífico cubriendo nuestras cabezas, una luna bellísima y una vía láctea como sólo se puede ver en aquéllos lugares en los que casi no hay iluminación artificial. No escribiré demasiado sobre la fiesta porque lo que me interesa es lo que pasó dentro de mi y quizá dentro de muchos de los presentes. Aquélla energía de la que hablaba se hizo patente, y volví a ser niña y aunque estaba sentada escuchando al sacerdote, en realidad estaba de rodillas leyendo la oración de siempre, la oración familiar, cercana, en la que deposito mi sentir, el dolor y el amor, lo que soy y lo que no soy, la felicidad y la desdicha, todo, en cada palabra, en cada murmullo, y la virgen me lo devuelve en silencio, limpio, transparente y sereno, como si todos mis sentimientos hubiesen sido lavados y pulidos como las piedrecillas del río, por mucho tiempo, por años y siglos. Pero todo pasa en un minuto. Y todo vuelve a estar en su lugar. Todo esto pasó mientras la misa transcurría. Quizá debería pedir perdón por ese recogimiento. Cuando regresé las personas pasaban a comulgar.

No me considero una persona particularmente religiosa, pero definitivamente -religiosidad o no- mi corazón conoce las mieles de la espiritualidad. Lo aprendí de muchas personas, pero especialmente de mi padre. Yo estaba ahí, él estaba ahí y mi madre cantaba. Es todo lo que sé.

Fue hermoso ver la cantidad de personas que observan la celebración de la virgen del Rosario, y por supuesto que volveré, pero mis sesiones solitarias no las abandonaré jamás. Pruebe a hacerlo un día de lluvia ligera, caminando por los callejones hasta llegar a la capilla. Regresará acompañado(a) de estrellas y luciérnagas, y no sabrá cuáles brillan más, si las que revolotean por ahí, en el cielo y las milpas, o las que arden en su corazón, en el que ahora lleva, también, una capilla silenciosa, solitaria, bañada de cielo y de una luz que no es sólo la del sol.

leia.y2k@gmail.com

sábado, marzo 10, 2012

viernes, marzo 09, 2012

Álamo

How peaceful :)
I have to say, this is one of my favorite spots (to drink a beer! diría Morpheus)... Ah...those quiet summer days...