lunes, octubre 01, 2007

*Respuesta al regaño del último lector.

Yo creo que los que hemos vivido en Huásabas y por una u otra razón terminamos viviendo en otra parte existimos en un perpetuo exilio.

Exilio de los garambullos, de la calma, de la péchita, de las "chucatas", de las pitayeras, del silencio, de los sahuaros, del cerro, de los mugidos de las vacas, del aire puro, de las poltronas del patio, del patio recién regado y barrido y de los cielos más azules del mundo.

Regresamos cada que podemos, y nos desplayamos. Yo cuando voy a Huásabas soy feliz. Casi no quiero regresar. Cantamos y bailamos y podemos por fin descansar como se descansa en el abrazo de la madre. En la mirada fraternal del padre. En el tomar la mano de quien se ama.

Hoy amaneció nublado. Me lo contó mi padre esta mañana por teléfono, antes de que se cortara la llamada.

Mi mamá recién se regresó, seguramente en el proverbial "transportes la montaña" de las 7:00 de la mañana.

Yo estoy aquí, en la oficina, con las manos en el teclado y una planta de plástico -que no es mía- frente a mi, lo más cerca que puedo estar del verde del cerro del pueblo, que sé que hoy está de ese color y fragante, resguardando, como siempre lo hecho, mi hogar.

Yo creo que estamos en el exilio, como dije, y que se nos nota en la mirada, acostumbrada a mirar sierras grises y azules a lo lejos, hasta donde alcanza la vista, a los amaneceres más luminosos y al aire más claro y más puro.

Se nos nota en la mirada, y parece que decimos -como dice Rafael- que en realidad somos un huasabeño perdido en Nueva York, en el DF, o en uno de los muchos cubículos de la oficina de redacción de un periódico cualquiera...

Que nadie se extrañe. Aún exiliados, sabemos que un día podemos regresar a nuestro propio paraíso.

Talya.