miércoles, noviembre 05, 2003

La casa de la calle ancha III

Las limas

Las limas estaban muy altas. Había que treparse al árbol o conseguir un carrizo con gancho para hacerlas caer. Pero valía la pena, grandes y jugosas como estaban. Se hacía agua la boca sólo de arrancar el primer pedazo de cáscara, llenando los dedos de yodo y la nariz de felicidad.
Una de las niñas y su mejor amiga estaban en una milpa, no muy lejos del pueblo.

-Las voy a llevar a la escuela.
-¡Pero está prohibido!
-No le hace. Tengo un plan.

Al oír el galope de un caballo que se acercaba las dos niñas casi volaron con la bolsa llena de limas, para sólo detenerse ante la cerca de alambre de púas que brincaron en un santiamén, desapareciendo sin más en el callejón cuajado de garambullos.

Continuará...
leia_y2k@yahoo.com

martes, noviembre 04, 2003

La casa de la calle ancha II

Vinieron dos niños más. Llantos, travesuras, moretones, risas, juegos. Tardes escuchando "Chucho el roto" y "El bandido del Huajuco" con la oreja pegada al radio en el corredor, donde poco a poco llegaban vecinos que se reunían en torno al aparato.
Las noches eran preámbulos de grandes aventuras, noches de fantasmas y relatos a la luz de una lámpara de petróleo -la luz eléctrica no llegaría sino hasta mucho tiempo después-. Los placeres eran simples: Esquite, miel de punto, melcoche, empanadas de calabaza y membrillo... El rosario diario y la misa los domingos una obligación a veces difícil de hacer cumplir a unos niños más interesados en las canicas, las encantadas y el pan y queso que en los misterios dolorosos.
Antes del alba eran los gallos y sus sonoros kikirikíes. A las 7:00 de la mañana las campanas de la iglesia acallaban el silencio para dar la hora. Siete sonoras campanadas. Era hora de levantarse, poner agua para el café y lavar el filtro. A esa hora olía a agua, jécota y jarilla -las milpas del ríp no estaban lejos-. El aroma de la leche recién ordeñada invadía la cocina mientras el agua hervida se filtraba en los granos de café. Ahí, con piruetas de humo, brotaba el tercer aroma. El favorito de todos.
Los relinchos y mugidos, el tropel de las reses eran el sonido mágico: Había regresado papá. De pronto el corral estaba lleno de vacas y la casa llena de gente. Colar café, calentar comida, relatar pormenores. Arriar un hato de ganado desde la sierra alta -Nácori, Bacadéhuachi- no era cualquier cosa.
Había lugar para todos en aquélla casa, tan mágica como sus habitantes. Los naranjos en flor, los dátiles maduros, los fragantes limoneros y el ondulante aroma de las tazas de café impregnaban el ambiente, de por si acariciado por la fresca brisa que llenaba el corredor.
El tiempo transcurría plácidamente entre aquéllos muros, cálidos y consoladores, como el seno de una madre. Los niños crecieron. El mayor cumplió 7 años, era hora de ir a la escuela.

Continuará...
leia_y2k@yahoo.com