jueves, octubre 13, 2005

Memorias de un pichel amarillo

Todas las mañanas mi mamá me enviaba a comprar leche en un pichel amarillo de plástico que nunca voy a olvidar. Ahi voy yo, con el pichel y algunos pesos en la mano -realmente no recuerdo cuanto costaba el litro, y creo que al pichel le cabían dos-. La leche la compraba en que "la güerita", este, les debo el nombre real, o en que "el güero". Miren que casualidad. A veces también en que "Soqui". ¡Lo siento! Sólo recuerdo los sobrenombres. Total el caso es que por las mañanas tenía que "ir a traer la leche". Leche bronca. En realidad no recuerdo como la medían. Estaba siempre en esos recipíentes característicos para la leche. Son de aluminio y no sé como se llaman. Recuerdo perfectamente el olor. Tenía que tapar muy bien el pichel porque había que caminar varías cuadras con él y normalmente lo llenaban casi hasta el tope, de modo que regresar sin derramar una gota de leche era todo un ejercicio de equilibrio, especialmente cuando por el camino venía pensando en todo menos en la leche. ¿En qué venía pensando? No lo sé. No lo recuerdo. Pero desde que tengo memoria vivo en la luna. Otro lugar al que iba por leche era, precisamente, la casa de Rafael Barceló (link por ahí). Había algo interesante en esa casa. Se respiraba un ambiente de armonía y de trabajo. Olía a leche recién ordeñada y a orden, aunque era una familia grande. En que "el guero" eran muy amables, y el patio, recuerdo, estaba siempre como recién regado y barrido. Es curioso como se mezclan esos dos recuerdos relacionados con el olfato, la leche y el patio regado. La tierra mojada y barrida, con su correspondiente cuota de hojas secas. No sé si ya lo he dicho pero a mi me gusta mucho esta época en que las hojas comienzan a caerse de los árboles. Las señoras ven un patio que barrer, pero a mi me gusta verlos llenos de hojas secas. Aunque también es disfrutable regarlos. Regar con calma y barrer con calma. Y después sentarse con toda tranquilidad a leer, y ver caer más hojas, y ver ponerse el sol. Es un privilegio casi aristocrático que en los pueblos puede disfrutarse todos los días. Lástima que tanta gente se encierre a ver la televisión. :*(
Ahora, lo que yo me pregunto, es si ese pichel amarillo todavía existirá. De lo que estoy segura es de que dos de las casas a las que iba por leche ya están abandonadas o viven otras personas. En las otras dos, a lo mejor siguen vendiendo. ¿o la gente ya solo tomará leche de galón? Lo dudo. Ya publicaré un día la crónica del balde de 6. Es una amenaza!