jueves, enero 09, 2020

Swing

El niño que se mecía suavemente en esta llanta mientras su risa cristalina inundaba el temporal ahora tiene 12 años y asiste a la escuela secundaria. Antes era mi sobrino, mi niño, mi bebé, mi chiquito. Ahora sigue siendo mi sobrino, mi niño, mi bebé, mi chiquito, pero le llamo simple y llanamente Víctor. Víctor abandonó esta llanta (ya no lo puede) por las consolas de videojuegos, el celular y ahora el iPad. Por Minecraft y otros juegos cuyo nombre ni siquiera puedo recordar. También dejó atrás el dompe amarillo y la carrucha miniatura color naranja, pero todavía le gustan los juegos de palabras y a veces, de la nada, canta "El burrito sabanero". Victor ya es tween. Cambia sus estados de whatsapp, publica fotos en Instagram, le da like a algunas de mis fotos y responde a mis mensajes privados. Le gustan los "Vans" y algunos programas de comedia de dudosa reputación. Ha cambiado mucho, y en esta transición a su adolescencia, de lo único que estoy segura es que al tomar su manita y observar su rostro, los latidos de su corazón siguen siendo los mismos de la primera vez que lo tomé en mis brazos, sin querer realmente (i am not big on kids, really), y sin querer también, sincronizados por siempre con los míos, al mismo ritmo, el ritmo de un paseo por el parque, y sé también que, mientras coincidamos en esta vida, sostendré su mano y escucharé sus palabras, me interesaré por la importante diferencia entre los dos artefactos tecnológicos entre los que no se decide, aceptaré sin chistar la importancia de no tocarle el cabello y/o afectar su peinado (jajaja) y le acompañaré siempre, de cerca y de lejos, como aquélla vez que se quedó dormido cuando era bebé escuchando mi corazón.