Desafío al tiempo
enésima y última parte
Los muros son azul verde, pero el color crema se adivina debajo. La alacena de madera astillada y mustia está intacta, de rojo. Adentro están un par de espuelas y un bote de pintura.
La cocina huele a encerrado, pero el olor a jazmines alcanza a filtrarse por la ventana, manchada de polvo, viento y olvido.
Las vigas del techo del comedor, ennegrecidas, soportan el peso del tiempo. Las bisagras del zaguán bostezan con indiferencia. El olor es inconfundible: Un poco a pacas de alfalfa y zacatón, un poco a golondrinas. Un poco a nostalgia, a madera vieja y a melancolía.
Al final del corredor está la puerta verde del cuarto misterioso, siempre cerrada con candado. La barda de adobe que daba al corral ya no existe. La palma que se levantaba orgullosa al centro del patio, junto al lavadero y su pila, siempre rebosante de agua fresca y un que otro dátil maduro, ya no está.
Detrás del lavadero el aroma a limón real, ahora seco, perfuma un rincón de la mente. Más allá el delicioso perfume de azahares de seis naranjos. Azahares en el viento y en el suelo del patio, casi siempre recién regado y barrido con escoba de palma. Es el silencio. El espejismo de un garage con techo y estructuras de lámina, en el que están estacionados varios autos.
La recámara es un fantasma aletargado. Ahí están los tres grandes baúles, en la misma esquina y con la misma incógnita.
La cama triste.
Las cortinas de terlenga rojo naranja, ya casi transparentes.
El sol de media tarde a través de las ventanas.
La sombra y el aroma de los pinos que se alzaban justo en la banqueta, a unos pasos del embarcadero.
Huele a tiempo. A mucho tiempo. A mucho vacío. Y de repente como que huele a café.
Fin.
leia_y2k@yahoo.com
martes, diciembre 09, 2003
viernes, diciembre 05, 2003
Hogar vacío
Año tras año, lluvia, viento y granizadas golpearon la casa, estoica y solitaria. El intenso sol, la falta de agua y una plaga acabaron con los naranjos.
El techo resistió y resistió, auxiliado por reparaciones esporádicas. Una vez casi se viene abajo. Las paredes del corredor se llenaron de dibujos y leyendas obscenas. Se borraron y se pintaron. Sirvió de almacén, de zacatera, de carnicería, de residencia temporal.
Los pinos se secaron. Los aserraron esperando que brotaran pero habían muerto. Un tiempo la visitaron cada año, por vacaciones y días festivos, pero las visitas se espaciaron hasta desaparecer.
Casi todas las construcciones a su alrededor se derrumbaron y se levantaron otras nuevas. Pasaron veinte años y sigue ahí, como esperando volver a llenarse de risas y sueños. De ambición y fuego. De rebeldía, espíritu y contradicciones. Como una mujer viuda y enferma soñando con dar a luz.
leia_y2k@yahoo.com
Continuará...
Año tras año, lluvia, viento y granizadas golpearon la casa, estoica y solitaria. El intenso sol, la falta de agua y una plaga acabaron con los naranjos.
El techo resistió y resistió, auxiliado por reparaciones esporádicas. Una vez casi se viene abajo. Las paredes del corredor se llenaron de dibujos y leyendas obscenas. Se borraron y se pintaron. Sirvió de almacén, de zacatera, de carnicería, de residencia temporal.
Los pinos se secaron. Los aserraron esperando que brotaran pero habían muerto. Un tiempo la visitaron cada año, por vacaciones y días festivos, pero las visitas se espaciaron hasta desaparecer.
Casi todas las construcciones a su alrededor se derrumbaron y se levantaron otras nuevas. Pasaron veinte años y sigue ahí, como esperando volver a llenarse de risas y sueños. De ambición y fuego. De rebeldía, espíritu y contradicciones. Como una mujer viuda y enferma soñando con dar a luz.
leia_y2k@yahoo.com
Continuará...
miércoles, diciembre 03, 2003
Inicia partida...
En aquél tiempo no había escuela secundaria, de modo que para continuar sus estudios el hijo mayor tuvo que partir a Hermosillo.
Rosa fue inscrita en el colegio de comercio para señoritas, del que sólo podía salir ciertos días para ver a su familia.
Un par de años después partió A, luego V. Al crecer G y M no había mucho que discutir. Aunque el rancho, los negocios y las reses estaban allá, los tres hermanos mayores y el resto de la familia materna estaban en Hermosillo. A instancias de A, que se había graduado de la escuela de comercio, decidieron mudarse a la capital.
Dijeron adiós en silencio, mirando -como para no olvidar- los cabellos revueltos de su niñez despidiéndolos desde el zaguán.
Su padre respiró hondo y apretando los labios, cerró el candado. El troque se alejó hasta perderse en una nube de polvo. Un extraño velo de casi tristeza los embargaba.
Ya casi...
En aquél tiempo no había escuela secundaria, de modo que para continuar sus estudios el hijo mayor tuvo que partir a Hermosillo.
Rosa fue inscrita en el colegio de comercio para señoritas, del que sólo podía salir ciertos días para ver a su familia.
Un par de años después partió A, luego V. Al crecer G y M no había mucho que discutir. Aunque el rancho, los negocios y las reses estaban allá, los tres hermanos mayores y el resto de la familia materna estaban en Hermosillo. A instancias de A, que se había graduado de la escuela de comercio, decidieron mudarse a la capital.
Dijeron adiós en silencio, mirando -como para no olvidar- los cabellos revueltos de su niñez despidiéndolos desde el zaguán.
Su padre respiró hondo y apretando los labios, cerró el candado. El troque se alejó hasta perderse en una nube de polvo. Un extraño velo de casi tristeza los embargaba.
Ya casi...
lunes, diciembre 01, 2003
La casa de la calle ancha IV
El rosario
-¡Rosa! ¡Sal de ahí!
-La luz se extinguía... Sólo faltaban unas páginas... ¡Ya voy!
Sus ojos negros chispeaban mientras descifraba el enigma detrás de cada entrelínea, el acertijo en cada frase, la locura en cada verso.
-Están llamando al rosario.
El tono no admitía réplica. Rosa arrancó con cuidado y para siempre la última hoja del libro.
-Apenas es la primera, dijo apresurándose a buscar el rosario y separar los pétalos de un par de rosas para rociarlos de perfume.
-¿Has visto mi velo?
-No.
Abrevió una vez más su mirada antes de salir.
Todavía falta...
leia_y2k@yahoo.com
El rosario
-¡Rosa! ¡Sal de ahí!
-La luz se extinguía... Sólo faltaban unas páginas... ¡Ya voy!
Sus ojos negros chispeaban mientras descifraba el enigma detrás de cada entrelínea, el acertijo en cada frase, la locura en cada verso.
-Están llamando al rosario.
El tono no admitía réplica. Rosa arrancó con cuidado y para siempre la última hoja del libro.
-Apenas es la primera, dijo apresurándose a buscar el rosario y separar los pétalos de un par de rosas para rociarlos de perfume.
-¿Has visto mi velo?
-No.
Abrevió una vez más su mirada antes de salir.
Todavía falta...
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