¿Vamos a las pitahayas?
No me gustan las pitahayas, pero debo admitir que a la mayor parte de mi familia le parecen deliciosas. Lo que sí es que el acto de "ir a las pitahayas" es todo un ritual. Las armas son un balde de aluminio y un "chibiri" -un carrizo con punta-. Con este carrizo y esta punta se alcanzan las pitahayas, y para eso se requiere destreza. Hay que desprenderla con cuidado y precisión. Las hay de todos los tamaños y los colores varían también. De verdes rosáceos a tonalidades verde-marrón. Una vez caen empieza el trabajo difícil, pues hay que despojarlas de las espinas. ¡Ah como duelen esas espinas! La técnica es, con sumo cuidado sostener la pitahaya de su lado menos espinoso, mientras con algún objeto -navaja, cuchara- se van retirando las espinas. Una vez limpia va directo al balde. Algunas están semiabiertas, dejando ver la pulpa rojiza sembrada de semillitas de color negro. A las más grandes, que son una especie de trofeo, se les llama "cibulonas" y se guardan especialmente. Creo que las pitahayas ya no sirven o se caen después de las primeras lluvias. El siguiente paso del ritual es sentarse a la mesa a disfrutarlas. Ya después se podrá hacer, a través de un proceso bastante laborioso, cajeta de pitahaya, pero eso ya es otra historia...