La casa de la calle ancha III
Las limas
Las limas estaban muy altas. Había que treparse al árbol o conseguir un carrizo con gancho para hacerlas caer. Pero valía la pena, grandes y jugosas como estaban. Se hacía agua la boca sólo de arrancar el primer pedazo de cáscara, llenando los dedos de yodo y la nariz de felicidad.
Una de las niñas y su mejor amiga estaban en una milpa, no muy lejos del pueblo.
-Las voy a llevar a la escuela.
-¡Pero está prohibido!
-No le hace. Tengo un plan.
Al oír el galope de un caballo que se acercaba las dos niñas casi volaron con la bolsa llena de limas, para sólo detenerse ante la cerca de alambre de púas que brincaron en un santiamén, desapareciendo sin más en el callejón cuajado de garambullos.
Continuará...
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