"Tengo malos ratos, pero no malos gustos",
Refrán que solía decir mi abuela, que hacía las tortillas untadas como nadie. Le gustaba el perfume "Aires del Tiempo", de Guerlain, y su rosario de perlas, que siempre se ponía en ocasiones especiales. Tenía un aire de diva. Le gustaba oler bonito y comer en platos buenos. Nada de desechables. Nos cuidó y nos atendió hasta que ya no podía. Hasta que sólo tras grandes esfuerzos podía ir a la cocina con ayuda de una andadera y despacito, pero eficientemente, picar calabacitas, tomate y cebolla para hacer calabacitas con queso. Era la supervisora, la jefa, la que mandaba, la que estaba en todo. El día de su cumpleaños recibía más llamadas telefónicas y buenos deseos. Era toda una gran señora, mi abuela. Recia, dura, curtida, pero también porosa y dúctil. Los últimos días las lágrimas brotaban fácilmente. La risa también. En sus mejillas como manzanas se dibujaban sus más de ochenta años de existencia. Sus cejas hablaban. Su cabello olía a tiempo y a shampoo. Sus orejas llevaban, como siempre, las arracadas de oro que mi mamá le regaló. Frente a su cama tenía en un retrato grande la fotografía de su mama, enmarcado por instantáneas de todos sus nietos. La Flor y la Yolanda. Sebastián y Max. Julio Oswaldo, Angelita. Yo. Monchito. Daniel y Azahel. Germán. Creo que los únicos que faltaban eran mis hermanos. Pero es que siempre estábamos allí. Para vernos no hacía falta la foto. "La Ramona", como le decía Julián, se desvivía por Azahel y Daniel. Y por Jorge. Y por Germán. Y por mí. Por todos. "Háblale a la Flor". "Háblale a Cherman". "¿Por qué no ha llegado Jorge?". Vivía preocupada por nosotros. Por la Yolita, por la Gili, por el Monchi, por la Coyo. Percibía en cada uno de nosotros las más sutil sombra de preocupación. Cuando mi relación de más de ocho años (9. 10?) terminó, un par de días antes de mi cumpleaños, mi abuela, además de insultarlo una vez con los labios y quien sabe cuántas con el corazón, mientras sentada en el porche, yo miraba fijamente el celular esperando una llamada, me entregó, envuelta en papel de regalo y con moño, la colchita de cuadros que me había tejido cuando yo nací. Está hecha de cuadrados de tela de diferentes estampados, con diversos colores entre los que destacan el rosa y el rojo. Era su modo de decirme cuánto me quería y que me diera cuenta que había estado allí cuando nací. Estaría allí ahora. Ahora que tenía la mirada perdida y había perdido las ganas de vivir. Esa colcha la conservo con mi vida. Y a mi abuela la llevo en el corazón a cada paso. Mi querida, mi muy querida abuelita. Mi abuela del café colado con galletas marías y el chile verde tatemado y las tortillas untadas y las tortas de huevo y las mejores enchiladas de la historia y los taquitos dorados de concurso. Mi abuela de las novenas y las visitas al cementerio viejo, mi abuela de las largas tardes de verano. Mi abuela de las confesiones y los desengaños. Mi abuela de la mano de hierro y los dedos de ternura. Mi abuela y su corazón de oro. Mi abuela y su felicidad y su tristeza y su risa y su llanto y su entereza. Mi abuela sola. No está en una tumba fría. Está en mi corazón.
1 comentario:
Solo quería comentar que leí este entrada de blog, por cosa de la vida. El dicho con el que comienza es la razón por la cual Google me trajo aquí. Me quede a leer este maravilloso tributo a tu abuela. Como tu te expresas de ella, es como yo me siento de mi abuelo que murió cuando era chica, y de mi Tía quien fue también como mi abuela y hace un mes exactamente hoy 3, Mayo 2012 murió también. Gracias por escribir algo tan conmovedor, que me trajo lagrimas a los ojos. Bendiciones a ti y a tu familia. Siento que a través de tus palabras conocí a tu abuelita esta noche. Y que mujer tan maravillosa!
X♥X♥,
Lorelai
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